sábado, febrero 16, 2013


Por Javier Leoz

La Cuaresma, en sí misma, no tiene sentido. Pero, con este miércoles de ceniza, nos proponemos seguir más de cerca a Jesús de Nazaret en su dar todo por el hombre y en obediencia hacia Dios: LA PASCUA.
¿Cambiará en algo nuestro día a día en este tiempo? ¿Nos dejaremos tocar por la gracia de Dios en este Año Santo de la Fe?
¿Viviremos intensamente desde la oración, la austeridad o la caridad, esta distancia entre hoy y la Semana Santa?
¿Progresaremos como pueblo e hijos de Dios en su conocimiento a través de las Escrituras tal y como el Papa nos proponía en la celebración de la inauguración del Año de la Fe?

Todo lo que no se prepara con antelación, corre el riesgo de diluirse. De no cobrar la importancia que tiene. La PASCUA del Señor, nos tira hacia delante, nos seduce, pone delante de nosotros un horizonte de vida y de posibilidades. ¡El Señor subirá a la cruz por nosotros! ¡El Señor bajará al silencio de la muerte por nosotros! ¡El Señor, saldrá a los tres días, victorioso con un gran regalo: nuestra propia victoria sobre la muerte!
Esto, hermanos, no se improvisa de la noche a la mañana. ¡Qué bueno sería que nos sintiéramos pueblo peregrino! ¡Qué gratificante sería que, en este miércoles de ceniza, ofreciésemos a Jesús, una promesa! (¿La eucaristía diaria? ¿Una lectura sosegada de la Palabra de Dios? ¿Una obra oportuna de caridad? ¿Abstenernos de ciertos caprichos –fumar, beber? ¿Una suscripción a una revista cristiana?

Esta cuaresma, en el Año de la Fe, ha de ser diferente a las demás. Dios es un ser dinámico y, por lo tanto, sale a nuestro encuentro curando las dolencias de nuestro hoy, perdonando los pecados que brincan y juegan en el alma de hoy, invitándonos a ver en el exponente de la cruz que va camino del calvario, su auténtico rostro: DIOS AMOR. ¿No es un momento, la cuaresma, para recordar la esencia de nuestra fe?

No es el momento de pensar y escudarnos en el hecho de que en la sociedad, el mundo, la parroquia, la comunidad, mi familia….se ha perdido el sentido del pecado. Lo importante es, ahora, hoy y aquí, ponernos un termómetro personal. Contrastar nuestra vida con la de Jesús. Dejarnos pasar por el escáner del Espíritu, y que detecte todo aquello que hemos de dejar para llegar más limpios a la Pascua.

¿Ceniza? ¡Sí! Porque queremos ser árboles cuando, en realidad, somos simples astillas. Porque decimos ser rascacielos, cuando apenas levantamos lo que da una altura. Porque afirmamos ser buenos y santos, cuando en realidad, podemos ser mejores si nos dejamos guiar por Dios.
¿Ceniza? ¡Sí! Porque presumimos de conocer el evangelio y, resulta, que lo descafeinamos utilizándolo a nuestro antojo. Porque, la fe, hoy más que nunca, exige respuestas decididas, hombres y mujeres valientes, seguidores de un Jesús que nos llama a la conversión, a volver nuestro corazón hacia Dios. Porque, en este Año de la Fe, es preciso encontrarnos a Jesús para dar razón y testimonio de Él.

Un escritor, decía que “Occidente está débil”. La Cuaresma puede contribuir a inyectarnos esa fuerza de Dios. Ese impulso del Espíritu. Esa humildad para encontrarnos con Cristo. Esa paz que el día a día nos roba.

¿Ceniza? ¡Sí! Porque siendo siervos, queremos ser reyes y viviendo en la tierra, algunos llegan aseverar que ya no existe más cielo. La ceniza no es un rito mágico o supersticioso. Por el contrario, este símbolo, nos esponja y nos facilita este inicio, esta andadura hacia la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Todo ello, además, lo recordaremos y haremos fuerte, con una confesión personal, con una obra de caridad, con una oración más intensa, con la eucaristía diaria y con otras tantas prácticas de piedad cristiana.

Miércoles de ceniza. El Señor nos invita a coger esta escalera de 40 peldaños que nos llevará a los Misterios de su Pasión Muerte y Resurrección. ¿Estamos dispuestos a iniciarla?

lunes, febrero 11, 2013



El Papa Benedicto XVI durante la ceremonia de canonización en el Vaticano de 800 mártires italianos y dos beatas latinoamericanas, dio a conocer la noticia a los cardenales presentes y al mundo entero, que dejra su cargo el próximo 28 de febrero a las 20 horas de la Ciudad del Vaticano. El sucesor de Pedro expresó que tomaba la decisión en pleno uso de sus facultades y que estaba consciente de "la seriedad de su gesto".

Por su parte el porta voz papal Federico Lombardí aseguró que el pontífice ha asegurado que deja su cargo tras "meditarlo mucho" y "por falta de fuerzas".

El alemán Joseph Ratzinger, de 85 años, es Papa desde el 19 de abril de 2005. Su renuncia apenas tiene antecedentes en la historia de la iglesia Católica y es el primero en tomar esa medida en seis siglos.

Ahora comienza la ola de especulaciones sobre quién podría sucederlo en el cargo. Se hará la elección por los cardenales reunidos en cónclave en la Capilla Sixtina, donde permaneceran alejados del mundo.

Uno de los que suena más fuerte es el italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, expatriarca de Venecia y miembro del movimiento ultracatólico "Comunión y Liberación".




José Colmanárez

REF (La patilla, Globovision , CNN, Ntmx)

miércoles, febrero 06, 2013


Por Javier Leoz

A esa conclusión llegó Pedro después de contemplar la asombrosa pesca milagrosa. Donde no había nada, por indicación de Jesús, las redes se despliegan de nuevo y de repente, se rompían. Hasta las barcas se hundían incapaces de contener el peso de la pesca.

Pedro, además de darse cuenta de lo que era (hombre) se sentía, por otra parte, pecador. ¿No se preguntaría Pedro; cómo puede el Señor andar conmigo? ¿Quién soy yo para navegar en su misma barca? ¿Cómo, éste que convierte la nada en abundancia, se rebaja a estar, trabajar y perder su tiempo conmigo? Espontáneamente, aquel pescador primario y con carácter recio, deja que salga desde lo más hondo de su persona una oración y un reconocimiento de profunda humildad: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.

Ante el esplendor divino de Jesús, la humanidad de Pedro, quedaba al descubierto. Examinaba la noche, agotadora y sin fruto, y ahora con la presencia de Jesús, contempla atónito que todo es un gran prodigio sobre unas barcas incapaces de contenerlo. ¿Qué había ocurrido? Pedro se quedó deslumbrado por la santidad de Jesús. Aquello era inexplicable a todas luces: sus cuerpos cansados, las redes vacías y la vergüenza en sus rostros…le recordaban a Pedro que, Jesús, cumple lo que promete.

Un rey quiso visitar a una pobre mujer que vivía en una miserable vivienda. La señora, al enterarse de tal intención real, envió un mensaje al castillo: “Mi señor; mi rey. No venga. El lugar donde vivo yo no tiene una sala digna para Vd.”. El rey le contestó: “¿Qué no? He encontrado la casa más valiosa: un lugar donde existe una persona con un corazón humilde y transparente”.

Así debió sentirse Pedro. Jesús, en aquella hora: todo le resultaba demasiado grande, impresionante, puro, divino. ¡No era posible que, el Hijo de Dios, se rozase con aquel que, durante toda la noche, había sido incapaz de dar con un sólo pez!

¡No era posible que, aquel que les decía mar adentro y acertaba de lleno, se fiase de aquellos que cansados y agotados, volvían con las manos vacías!

El Señor, con su Palabra, en este Año de la Fe, nos anima a seguir mar adentro. No tenemos derecho al desaliento ni al pesimismo. ¿Qué nuestros afanes apostólicos no son todo lo fructíferos que quisiéramos? ¿Que muchos de nuestros seminarios no están tan florecientes como en antaño? ¿Que nunca como hoy la Iglesia ha tenido tantos medios a su disposición (económicos, materiales, técnicos…) y que, nunca como hoy encontramos muchas dificultades para sembrar o pescar? El Señor, aun así, se fía. Descansa en nuestra humanidad y nos sigue diciendo: ¡Mar adentro! ¡Yo estoy con vosotros!

Teniéndole a Él en guardia y retaguardia, podremos dudar de nuestras habilidades y capacidades pero nunca de lo que el Señor nos promete: “yo estaré con vosotros todos los días hasta el final del mundo”. Esto, entre otras cosas, es una razón poderosa para seguir en la brecha. Para seguir remando en esta inmensa barca que es la Iglesia. Con nuestras virtudes y pecados, orgullo y humildad, fortaleza y debilidad, éxitos y fracasos, ratos buenos y noches amargas.
El Señor nos quiere así: de carne y hueso…pero dispuestos a dar nuestra vida, o parte de ella, en pro de su Reino. ¿Lo intentamos? ¡Mar adentro! ¡Merece la pena! Aunque a veces, como Pedro, seamos demasiado humanos, pecadores….y hasta indignos del amor que Dios nos tiene. Año de la Fe…para seguir navegando mar adentro.

sábado, febrero 02, 2013

Por Javier Leoz

Cuando alguien nos resulta agradable o simpático, todo lo que haga o diga (aunque resulte ser un disparate) nos puede parecer bueno y noble. Por el contrario, cuando una persona se nos coloca “entre ceja y ceja” aunque diga una gran verdad o realice grandes maravillas, nos resulta difícil encomiar o valorar su labor. Nada, de lo que nos diga, logrará disipar ciertas dudas. Somos así. Las cosas, según quien las hace o las mentiras las damos por buenas o malas, falsas o verdaderas. ¿Por qué somos así?

A Jesús, en el inicio de su misión, le ocurrió algo parecido. Enseguida le recordaron que, aquel que había nacido entre pajas, bajo la mirada de los humildes José y María, poco o nada podía aportar. Y, mucho menos, dar lecciones a nadie cuando todos sabían que no precisamente había nacido en alta alcurnia. Jesús, desde el principio, padeció en propia piel la dureza del corazón y la obstinación de los suyos. Y es que, muchas veces, es más difícil llevar un mensaje a los de la propia casa que a aquellos que viven en la de enfrente.

Jesús, se abrió paso entre aquella muchedumbre que, admirando o criticando, le señalaban con el dedo. La Iglesia, en muchas situaciones (en relevos episcopales, sacerdotales, exposición de su Magisterio, ministerios realizados generosamente por muchos laicos) también padece este tipo de escenarios. ¿Pero este obispo no es así o de aquella manera? ¿Qué nos va a decir este sacerdote cuando todos sabemos que…? ¿Cómo puede repartir la comunión aquel seglar o leer la lectura aquel otro laico? ¿Y este obispo por qué tiene que hablar de este tema cuando, a nivel social, es algo tomado por bueno?

Tenemos un gran defecto: nos gusta, de entrada, recordar las pequeñas miserias de algunas personas (que tal vez ante los ojos de Dios no son dificultades para entrar en el Reino de Dios) y somos capaces de obviar otro tipo de actitudes que, a la luz del Evangelio, son mucho más esenciales y reprochables. Por ello mismo, el Señor, nos invita a ser más receptivos a la Gracia. No podemos escudarnos ni excusarnos en nuestros juicios para quedarnos donde estamos. Para no progresar en nuestro conocimiento de Dios o en la fidelidad a Jesucristo.

Hoy, al escuchar el Evangelio de este domingo, también nos debe hacer reflexionar sobre otro punto. ¿Por qué a la Iglesia se le niega hasta el pan y el agua en muchos lugares de Occidente y, a otras religiones o sensibilidades espirituales, se les abre de par en par todas las puertas? Los estereotipos que, en diversas ocasiones, funcionan por internet, la prensa oral, visual o escrita, nos insisten siempre en la misma dirección: “¿No es esta la Iglesia poderosa, incomprensiva, intolerante, autoritaria, insolidaria…? En el fondo, y es verdad, subyace un problema de fondo: la Iglesia, aún con sus defectos y carencias, necesidad de perfección y de purificación, sigue levantándose en medio de la gran sinagoga del mundo para recordarnos que, tal como camina nuestra sociedad, vamos a tierra de nadie. ¿No será que, por eso mismo, tratan de denigrarla aquellos que desean un mundo a su antojo, sin profetas ni contrarios a un sistema que nos inyecta el veneno letal del vivir sin Dios, sin religión, sin moral o principios cristianos?

Qué importante es que, la Iglesia, en medio de incomprensiones y empujones (como el mismo Cristo lo vivió en propias carnes) sepa abrirse paso en medio del griterío y del poder mediático para seguir cumpliendo su misión. Y, esa Iglesia, somos nosotros. No lo olvidemos.